Hacer la compra con consciencia es difícil, el ritmo de vida actual no contempla pararnos a leer los ingredientes de los productos y muchas veces nos guiamos por el diseño del empaquetado.
Un gran error guiarse por el color, fotos, palabras destacadas… ya que la industria alimentaria utiliza en muchas ocasiones publicidad engañosa para captar nuestra atención. Está demostrado que se venden más los productos que contienen palabras como casero, artesano, natural, integral, con fibra, sin azúcar añadido.
Esas palabras clave muchas veces no se corresponden con la realidad: alimentos etiquetados como integrales cuyo ingrediente principal es harina refinada, galletas “fuente de fibra” con un porcentaje ínfimo de salvado de trigo,… las cantidades justas que aderezan, pero que no justifican el etiquetado ni le dan un valor añadido.
Mientras no exista una legislación concisa que proteja nuestra salud tendremos que hacer de detectives destapando estrategias de marketing insalubres. Y dar voz a iniciativas como la de la organización de defensa de los consumidores (SAFE) que denuncia el uso de la palabra “natural” de forma fraudulenta por la industria alimentaria y reclama una legislación que defina ese término para acabar con esas malas prácticas.
Por otro lado, una gran parte de la población, al no tener conocimientos sobre dietética, escoge inconscientemente alimentos ricos en grasas saturadas, azúcares simples, pobres en fibra y potenciadores artificiales del sabor. Muchas veces, confiados y guiados sólo por esas palabras clave como artesano o natural.