Descubrí el poder terapeútico de los imanes como paciente.
El día que mi naturópata decidió usarlos, salí literalmente flotando de la consulta. Pasaban las semanas y no salía de mi asombro, cómo en una sola sesión podía notar un cambio tan radical en mi salud.
Me formé y me enamoré de esta innovadora y revolucionaria técnica, convirtiéndose en mi terapia de cabecera -de manera literal, porque también tengo imanes en mi mesita de noche, para usarlos si me cuesta conciliar el sueño, por ejemplo-.
Para mí, como profesional, estudiar biomagnetismo fue muy enriquecedor porque una de sus bases es el test muscular kinesiológico, herramienta muy útil para establecer una conexión con el inconsciente del paciente y que estaba deseando aplicar en consulta.
A través de un minucioso test se buscan pares biomagnéticos, zonas en desequilibrio del cuerpo para equilibrar el pH de órganos en disfunción restableciendo su polaridad. Asimismo, se observan los 4 costados (físico, mental, energético y emocional) y se aplica la Descodificación emocional.
Me gustaría aclarar que el biomagnetismo no es lo mismo que la magnetoterapia. Para que un imán sea considerado terapéutico ha de poseer como mínimo 1.000 unidades de imantación (Gauss). La magnetoterapia trabaja con unidades mucho más pequeñas y unipolares para tratar procesos inflamatorios a nivel local, entre otras cosas.
Lo que me terminó de fascinar del Biomagnetismo terapéutico son sus múltiples ventajas: la rapidez de resultados, la comodidad de la práctica para el paciente y que no existen contraindicaciones (salvo evitar en embarazo, tratamientos con quimio o radioterapia y/o uso de marcapasos, sten…).
El paciente sólo se tiene que estirar en la camilla y echarse una pequeña siesta si el cuerpo se lo pide -muchos pacientes y yo misma cuando me aplico los imanes, terminamos roncando plácidamente-. Es tan fácil para el paciente que ¡ni siquiera se tiene que quitar los zapatos!